Publicado en El País – Domingo
En el norte de Albania, los parientes de un hombre asesinado tienen derecho a vengar su honor matando a un varón de la familia del asesino. Así lo impone el antiguo código del Kanun. La única salvación para los amenazados es sepultarse en su propia casa.
“Durante 35 años he sido libre y hora tengo que estar encerrado. Ni el sol es el mismo”. Bardhyl Kola, sumergido en el sillón de su casa, en el barrio Perash de la ciudad de Shkoder en el norte de Albania, se coge resignado la cabeza entre las manos. Desde hace más de un año ha permanecido encerrado entre esas cuatro paredes que lo protegen a él, a su hijo Ermal de dos años, a su padre Ejup y a su hermano Bledare con sus gemelos de un año. Todos los varones de la familia Kola, 26 hombres entre adultos, niños y ancianos, están condenados por un código medieval a permanecer recluidos en sus hogares, so pena de ser asesinados por venganza de sangre. Esta es la sentencia ordenada por el código del Kanun de Lek Dukagjini.
“La sangre no queda nunca sin vengar” art. 128, Kanun de Lek Dukagjini
El Kanun es un código de leyes consuetudinarias que se ha transmitido oralmente durante siglos en las montañas del norte de Albania. Se atribuye al príncipe medieval Lek Dukagjini, aunque no se recopiló y transcribió hasta el año 1912 a manos de Stefano Costantino Gjecov, un fraile franciscano kosovar. El código contiene los valores de la cultura albanesa y los 12 libros que lo componen regulan todos los aspectos de la vida social, desde la religión, pasando por la propiedad privada, el trabajo y la familia. Actualmente el único aspecto del código que se practica es el que regula la venganza de sangre, el derecho de una familia a asesinar a cualquier miembro masculino de la familia de alguien que haya cometido un delito.
Tradicionalmente el Kanun reconoce el derecho a la venganza en tres situaciones: cuando violan a una mujer, cuando un huesped es asesinado en tu propia casa o cuando matan a un varon. Hoy en dia, el crimen que se venga con la muerte es solo el asesinato. La familia de la victima siente que la del asesino le debe una “deuda de sangre”. Esta se cobra quitandole la vida a cualquier varon de la familia del asesino, porque toda la linea paterna es responsable de los actos de uno de sus miembros. La unica manera de sortear ese destino es que todos los varones de la familia del criminal se auto-aislen en sus hogares a la espera del perdón. Esta es la realidad que afecta a la familia de Bardhyl Kola y a cientos de familias en el norte de Albania.
“Nos pasamos el día tirados en el sofá mirando la televisión”, se queja Ejup Kola mientras se prende el enésimo cigarrillo del día. “El problema no es solo el encierro sino el de comer, es el hecho de no poder trabajar”, agrega su hijo Bardhyl, que ha tenido que dejar su trabajo como soldador para recluirse junto a su familia. La suya es una de las siete del clan Kola, cuyos 26 hombres viven aislados desde el 19 de agosto de 2010, amedrentados por la amenaza de venganza de la familia Vukatanen.
A la una de la tarde de aquel día de verano, Mikeljani Kola, sobrino de Ejup, que por entonces tenía 16 años, asesinó a Elson Vukatanen de 22 años. Como se desprende de las actas judiciales, el móvil del homicidio fue que Elson increpaba desde hacia tiempo a Mikeljani por el hecho de que su familia no había vengado el asesinato de otro Kola en el año 98.
Mikeljani fue condenado a 12 años de prisión, mientras otros tres miembros de la familia fueron condenados como cómplices, entre ellos Bledare, el hijo menor de Ejup, que vive con su familia junto a su padre y a su hermano en la misma casa.
“La casa del albanes es de dios y del huésped” art. 96, Kanun de Lek Dukagjini
En la cultura albanesa las paredes domesticas son inviolables. La venganza se cobra solo con aquellos que se atreven a desafiar las reglas del duelo del Kanun, llevando adelante la vida cotidiana a la luz del día.
En cambio para la familia Kola un muro de ladrillo de dos metros y medio se ha convertido en la frontera infranqueable que los separa de la sociedad. Dentro, un pequeño patio descuidado es el único vínculo para Ejup y sus dos hijos con sus respectivas familias con el mundo exterior.
“Nos han amenazado muchas veces”, se lamenta Ejup con preocupación mientras mira a su nieta Yasmil de 6 años jugar con el pequeño Ermal. A pesar de que la niña no está amenazada, “los primeros diez meses no quería salir ni al patio y se quedaba detrás de la cortina del umbral, llorando”, agrega Bardhyl mirando el piso.
“Hoy mi hijo Bledare se ha ido con su mujer y mis otros dos nietos a comer a la casa de su suegra”, afirma la mujer de Ejup, Lumturi, cuyo nombre significa felicidad. “Ha tenido que llamar a la policía para que les acompañara”, agrega, “y no ha dicho cuándo volverá”.
Ejup explica como el muro se ha vuelto impermeable también hacia adentro. “Antes tenía muchos amigos pero ahora nadie viene a verme”, dice resignado, mientras su mujer remata: “nos mantenemos con mi pensión por enfermedad”. Los diez integrantes de la familia cuentan además con el ingreso por el alquiler de dos pequeños locales comerciales, ubicados junto a la casa de los padres de Elson Vukatanen, el chico asesinado.
Aunque la casa es el único lugar seguro, el hecho de que ambas familias sean vecinas del mismo barrio aumenta la tensión. “Nos llaman al teléfono y no contestan, tocan el timbre, nos han cortado la luz en un par de ocasiones y hasta han agujereado las paredes que rodean la casa”, se lamenta Lumturi.
“Para los albaneses de las montañas la cadena de la sangre y los grados del parentesco se prolongan hasta el infinito” art. 134, Kanun de Lek Dukagjini
Durante las cuatro décadas del régimen comunista de Enver Hoxa, el más aislado y severo de Europa, la aplicación del código fue prohibido y se condenó a quienes lo utilizaran como enemigos del partido y de Albania. Con la vuelta a la democracia a principio de los ´90, la falta de autoridad institucional provocó que los albaneses volvieran a acudir a los artículos del Kanun. Con la guerra civil del año ´97, a raíz del derrumbe de las pirámides financieras que colapsó el país, el código recobró aun más importancia en la sociedad. “El Kanun quedó en el congelador, pero el pueblo no lo olvidó. Lo ha reciclado y devuelto a la vida para resolver los problemas que surgieron por el vacío legal”, afirma Luigj Mila, secretario general de la Asociación Justicia y Paz.
Muchos casos que habían sido enterrados durante el comunismo fueron desempolvados y las venganzas se volvieron actuales. “La sangre no se vuelve agua, con el tiempo no se diluye”, explica Mila, cuya organización se dedica a estudiar y a buscar soluciones institucionales al problema. “Que yo sepa, la venganza más larga fue de 80 años y se resolvió con un asesinato. Un militar robó un higo y el dueño del árbol lo mató. 80 años después su familia lo vengó. Si no te olvidas del enemigo, ya lo estas matando”.
Según un estudio realizado por la organización de Luigi Mila junto a Caritas, entre 2006 y 2008 solo en el distrito de Shkoder hubo 45 homicidios por venganza de sangre y actualmente hay 138 familias auto aisladas en Albania y 84 en Shkoder.
Sin embargo las estadísticas de los casos afectados varían sensiblemente según las fuentes. Las oficiales buscan silenciar el problema ya que la eliminación de la cuestión es un requisito indispensable para el ingreso de Albania en la UE. El informe de Philip Alston para la ONU del 2009 hace referencia a las cifras estatales que sostienen una disminución de los asesinatos desde 45 en el 1998 a un solo caso en el 2009, mientras que estiman el número de familias aisladas entre 124 y 133 a nivel nacional. Este informe justifica las bajas cifras debido a la reforma del código penal en la cual la venganza de sangre entra en la categoría de delitos sin especificar.
A las carencias técnicas y metodológicas de los cálculos estadísticos se suma además a que las familias que amenazan de vengarse lo hacen de manera sutil sin infringir la ley, mientras que las familias en conflicto no suelen hacer denunciar por temor a afectar el proceso de reconciliación.
Por esta razón el dossier del Congreso de los Misioneros de la Reconciliación de 2009, una organización que se dedica a la mediación entre familias, considera que desde el ´91 han muerto 9.800 personas a cusa de la venganza de sangre y estima que en el 2009 había 1450 familias y 800 niños aislados.
Esto deja a la vista, lo que confirma el estudio de la ONU, que muchas familias involucradas en disputas no ven el Estado como garante de justicia. La condena de un asesino a la cárcel no satisface la concepción de la justicia para los albaneses, que en cambio requiere la restauración de la “sangre perdida” a través de la venganza o de una reconciliación formal.
“El mediador de sangre es quien se esfuerza por inducir a la familia del asesinado a reconciliarse con la del asesino” art. 134, Kanun de Lek Dukagjini
La mediación entre las familias en conflicto puede llevarse a cabo solo a través de autoridades reconocida tradicionalmente como el mediador y el Bajraktari quien oficializa la reconciliación. Alexander Kola (sin conexión familiar con los Kola bajo venganza) ha sido mediador durante los últimos 20 años y es el coordinador para el norte de Albania en el consejo de mediación de Conflictos. “Cuando dos familias quieren reconciliarse no lo hacen nunca sin la intervención de un mediador”, explica Kola.
En el 96 este mediador reconcilió dos familias que llevaban 83 años en conflicto. “No hay un espacio de tiempo definido, pueden pasar seis meses como seis años. Conciliar es un proceso que lleva tanto tiempo como escribir un libro”.
En la mayoría de los casos son los amenazados quienes se acercan a pedir la mediación, nunca antes de los seis meses porque la familia está de luto. “Se necesita que el difunto descanse en paz por un tiempo”. Además de la búsqueda del perdón, el objetivo de la mediación es liberar a la familia del asesinado del deber de vengarse. El oficio del mediador no comporta una recompensa aunque generalmente la familia perdonada ofrece una compensación económica. “La recompensa por el trabajo es el reconocimiento de Dios”, concluye Kola.
Aunque la reconciliación es llevada adelante por el mediador, el proceso tiene que ser oficializado por un Bajraktari, una figura tradicional prestigiosa de la sociedad albanesa que se hereda del padre al hijo primogénito.
Incrustado entre las montañas de Tropoje, aislado en el norte de Albania donde nació el Kanun, vive en una modesta casa de madera junto a su numerosa familia Sokol Delja, un Bajraktari de 78 años. Cuando tenía dos su padre fue asesinado y a los 17 se reconcilió con la familia del asesino. “Sufrimos mucho pero el tiempo te hace aprender”, dice con la mirada fija en las grietas de los antiguos tablones de madera, “cuando interiorizas el dolor puedes reconocer el dolor de los demás”. Sentado al borde de su cama, vestido con un pijama y una americana, Delja exhibe orgulloso los certificados que registran los más de 100 casos resueltos a lo largo de su vida. “Para acercarse a una familia tienes que conocerla y hablarle dulce, dulce, dulce como la miel”, dice, y una sonrisa le dibuja las arrugas esculpidas por la dureza de la vida en la montaña.
La mediación culmina con una reunión en casa de la familia amenazada de venganza, entre los hombres de ambos clanes. La reconciliación concluye cuando el Bajraktari pincha el dedo meñique de los dos jefes de familia. Sobre la gota de sangre pone un grano de azúcar y cada uno debe lamer el dedo del otro. El jefe de la familia que perdona proclama, “te perdono la sangre”, y finalmente todos comparten un trozo de pan de harina de maíz, el pan de la reconciliación.
A pesar de que ninguna mediación se puede llevar a cabo sin tener en cuenta el Kanun, Delja lamenta que “la gente ya no conoce el código y la sociedad actual aplica lo que le conviene”. En los últimos años las normas que predica este código civil han sido tergiversadas y han sido utilizadas para justificar crímenes corrientes. “Nosotros al Kanun le hemos dado una patada y hoy no se respeta ni el Kanun ni la ley”, añade con resignación.
“Conceder el perdón es un deber y digna de hombre fuertes” art. 122, Kanun de Lek Dukagjini
“No han querido ni siquiera hablar del tema”, resuena el lamento de Ejup Kola dentro de las cuatro paredes de su casa. “Hemos enviado cinco veces al mediador pero no han aceptado ningún acuerdo”, agrega. A pesar de que la familia Kola mantenía una relación amistosa con los Vukatanen y de que Ejup había mediado en favor de esa familia en dos situaciones el conflicto parece no tener solución en el futuro cercano. Sin su perdón los Kola saben que no recuperaran el honor que les devolvería la libertad.
Las agujas del reloj que cuelga de una pared del salón giran indiferentes, mientras el tiempo para los Kola sigue detenido en aquella tarde de verano de 2010. Mientras coge a su hijo en brazos, Bardhyl asevera: “estamos bajo amenaza de venganza de sangre pero, aun no estamos muertos”. Sin embargo su padre sentencia: “estamos seguros que la familia no nos va a perdonar”.
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